jueves, 21 de enero de 2016

El hombre cruel





        Cómo dormía por las noches, sobre un lecho de dolor y crueldad, no lo lograba entender. Cómo descansaba bajo ese manto de almas piadosas que, esclavas de confianza, le tendían la mano al que era posiblemente la encarnación del mismísimo diablo. Cómo le era imposible cargar con la responsabilidad del poder si era capaz de soportar el peso de todas las lágrimas y los lamentos que nunca supo escuchar. Sus manos se encontraban impunes y libres, mas su alma estaba manchada de sangre ajena y encarcelada entre las cadenas de su orgullo. Y aunque en sus impenetrables ojos resplandecía la tímida chispa de brillo que solo la locura era capaz de provocar, en su pálido corazón seguía palpitando la cordura. Cordura fría e impasible, apenas percibía el sufrimiento que causaba, los cuales su atrevida mentalidad osaba calificar como daños menores, pues cuanto más dolor residía a su alrededor, más dichoso se sentía él admirando su obra. Y así era cómo dormía. Sin remordimiento alguno y con la conciencia tranquila, sabiendo que nadie perdonaría sus acciones ni le amaría nunca, pero sabiendo también  que nadie estaría en su contra, porque el miedo gana al odio. Y no es que allí todos le respetaran; era que le temían.

     

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