Capítulo
5: Una historia, una lección.
El caso
es que no me contó su historia del paracaídas, y
eso que yo
tenía cara de
quiero saber más sobre eso. Prefirió contarme lo que tenía preparado. Así comenzó su relato:
- Cuando yo
tenía más o
menos tu edad
iba a una escuela que ahora es una
biblioteca y una
buena amiga mía
llamada Catalina, un día no vino
a clase. Era
la primera vez
que faltaba en los últimos
cinco años, y
aquella vez fue
porque su hermano
tenía las chinas
y se las
había pegado a ella,
así que, como
comprenderás, nos preocupó bastante
que no viniera
ese día. Ni tampoco
vino al día
siguiente, ni el otro,
ni el otro. Al
cabo de unas
semanas me la
encontré por la
calle y le
pregunté por qué
no había venido
todo ese tiempo
a clase y
me dijo que era porque
ya no quería
ir más al
cole. Y como
ya sabía leer
y escribir, sumar,
restar, multiplicar y
dividir sus padres
no pusieron ningún
inconveniente.
Yo estaba de
buen humor, porque
estaba empezando a
pensar que no
tenía sentido eso
de no ir al cole
si no te
gusta, pero aquella historia
me estaba dando
la razón y
me aclaraba que
yo no era
la única que
pensaba así.
El anciano
prosiguió:
- Pasaron
los años y
cuando fuimos mayores
todos hicimos nuestro
sueño realidad; mi
amigo Antonio fue escritor, Lorena pianista,
Pepito fue pintor
y yo paracaidista. Todos éramos
muy felices, todos menos Catalina.
Ella, al
no estudiar y no ir
al cole, no pudo
ser diseñadora de
moda, que era lo que
ella quería, y
tuvo que ser
ama de casa
durante mucho tiempo,
y ese es
un trabajo bastante
duro. Hace unos
años decidió volver
a estudiar, y
el año pasado
terminó cuarto de la E.S.O.
Y ahora cada
vez que me
ve me dice: "Ay,
me arrepiento cada
día de haber
dejado el cole,
amigo." Y se
sigue arrepintiendo.
Vaya. Vaya, vaya, vaya. Me quedé tan
embobada como mi
madre cuando está muy preocupada y
no sabe qué
hacer.
Debe de
ser genético, porque a mi abuela le
pasa igual, pero
la razón es
distinta. A ella
le ocurre cuando
ve a su
perrita acurrucarse en los
jerséis que se
trae a mi
casa cuando viene
en invierno de
visita. Es verla
y quedarse ahí
con la baba
por fuera durante
un rato, hasta
acaba aburriéndose porque
la “Dumbi,” que
es el nombre
de su cachorrita, se queda
dormida.
Bueno, el caso es
que después de
pensarlo un poco dije:

- Muchas
gracias por todo,
ahora tengo que hacer
una cosa. Y
luego le murmuré
unas palabras en el oído, y él asintió. No te
voy a
contar lo que
le dije, todavía
no, no te
voy a estropear
la sorpresa.
Bueno,
pues mi madre
se empezaba a
preocupar porque yo no había
llegado a casa.
Así que se
puso a buscarme por
todo el barrio.
Al cabo de
un rato, cansada de buscar, se
sentó a tomarse
algo, y entonces me
vio. Sí, era
yo la que
salía de la
escuela con mi
maleta, hablando con
Sofía sobre la
redacción que nos
habían mandado de
deberes. Mi madre
me abrazó muy
fuerte.
Yo
le expliqué todo
lo que había
pasado, y después me fui a
casa del anciano. ¿Para qué?
Te preguntarás. Pues
para escribir esta historia
en su máquina de
escribir, para que
todo el mundo
que pensara como
yo pensaba antes
pudiera leerla y
cambiar su opinión
del mundo, de ese
mundo que yo
creía que era
la más importante
y con más
poder, sin pensar
en sus consecuencias. Después
de un par
de días trabajando
en esta historia,
he conseguido terminarla.
Sólo me faltaba
Un título. Pero... ¿Cuál? Llevo
días pensando, y tras
consultar a mi
profe Margarita, a
mi madre, a
Sofía y a
Juan, el anciano,
he decidido llamarla “La
historia de Blanca”,
una niña especial.
Ya
sé que dije
que terminaría la
historia con un
colorín colorado, pero
tengo prisa, que
me tengo que
ir al cole,
y no quiero
que mi relato
sea uno del
montón. Así que voy
a terminar con
algo bonito, para
no quedar mal. Y puede que
para ti esto sea
un cuento, un
relato o una
historia, e incluso
sólo un papel.
Pero para mí
es algo más,
es sin duda
alguna, mi gran
tesoro.
Trabajo realizado por
Amanda Rodríguez Machín